Lillian

Lillian me gusta porque vive constantemente en un estado de ingravidez absoluta. No es que sea tonta, aunque a veces si eres malpensado llegues a creerlo, sino que sin darse cuenta deja aflorar a los poros de su piel todo lo que lleva dentro.
Y dentro siempre lleva lo mismo. Una cara.
No la suya, para nada, la imagen de una cara que anula por completo su capacidad de concentración. Anexos a esa imagen permanecen recuerdos de momentos, olores, palabras, risas, caminos. Todos ellos concluyentes, nuevamente, en la imagen de la misma cara.
Y es que Lillian vive enamorada. Constantemente.
Se podría atribuír este hecho a su edad, pero se ha dado cuenta de que podría tener 30 años y un encontronazo con esa persona seguiría haciendo surgir la misma expresión en su cara.
A ella le gustaría que el estado de sopor en el que entra al oír hablar sobre o verse de frente a esa persona no durara tanto, pero siempre se da cuenta de eso cuando ya lo hecha de menos, porque mientras está inmersa en su felicidad, que puede durar días con un simple saludo en medio de una calle, no hay nada que pueda perturbarla y hacerla volver a la realidad.
Entiendo a Lillian, y espero con ganas que algún día pueda tener al alcance a esa persona.

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